Resulta que el otro día estaba yo por el campus cuando ví a lo lejos, tirado en el suelo, un pedacito de plástico blanco y rojo. Me acerqué y cuál fue mi sorpresa al descubrir que se trataba un
Tamagotchi.
Supongo que todos (especialmente los que tengáis hijos de mi quinta) los recordaréis aunque os pillaran algo mayores. Los Tamagotchis eran unas
mascotitas virtuales a las que debías alimentar cuando tenían hambre, limpiar cuando se cagaban y curar cuando se ponían enfermas. Además podías jugar con ellas, debías vigilar su alimentación y asegurarte de que hacían ejercicio regularmente para crecer sanas y fuertes. Conforme pasaba el tiempo, y dependiendo de cómo hubieras cuidado a tu Tamagotchi, éste crecía y evolucionaba a una forma u otra. El objetivo era, básicamente, que te durara el mayor tiempo posible.
Para ello se valía de una poderosa arma: el
PIC, o Pitido Infernal de los Cojones. Cuando algunas de las necesidades del bicho había de ser cubierta rápidamente, se ponía a pitar como un loco sin importarle que fueran las cinco de la tarde o las tres de la mañana. Ello provocó que más de una madre pusiera a su hijo
con el culo en pompa y, tras simular que sacaba un supositorio, le calmara con un "
tranquilo, que no te va a doler".
El caso es que este juguete, que nació en el 96 en Japón, movió masas durante años. En tan sólo unos meses,
14 millones de personas en todo el mundo tenían su mascotita; en España se agotaron en todos los establecimientos y las listas de espera eran kilométricas. Algunos japoneses llegaron a pagar
100.000 de las antiguas pesetas por uno de estos bichitos, cuyo precio real era de
15€. Se abrieron
guarderías de Tamagotchis para que los trabajadores pudieran dejarlos al cuidado de gente especializada mientras ellos se iban al curro.
¿Qué tenía este aparatejo que enganchaba a todo aquel que se atrevía a dedicarle 30 segundos de su tiempo? Yo tuve uno y estuve pendiente de él como el que más, si bien ya no recuerdo exactamente de qué iba la cosa.
Aunque en un principio la idea era cambiarle la pila y regalárselo a mi primo pequeño, he decidido hacer un experimento: el
diario de un Tamagotchi. Quiero comprobar si realmente este juego requería tantísimo tiempo como decían; algunas empresas prohibieron a los empleados llevarse el Tamagotchi al trabajo dado que
dedicaban más horas a cuidar a sus mascotas virtuales que a hacer sus tareas.
Así pues, el lunes lo pondré en funcionamiento. Me he impuesto
una serie de reglas que habré de respetar para que esto tenga sentido:
1.- El Tamagotchi
nunca saldrá a la calle conmigo. Estará en casa y, si tengo que salir, se quedará aquí y lo cuidaré cuando vuelva. Por supuesto, la universidad ni verla; tengo una reputación que mantener.
2.- Por las noches le quitaré el sonido para no despertarme cuando haga uso de su
PIC; si quiere algo, ya le atenderé por la mañana.
3.- Nada de usarlo durante las comidas, me parece de un atrapismo enfermizo.
4.- En ningún momento se convertirá en el sustituto de mi querido conejo de carne y hueso; es imposible competir contra
esos orejones tan adorables.
Contaré los días que tarda en morir, comentaré cómo evoluciona y qué tal se porta, y comprobaremos si la mascota realmente requiere que se le preste atención las 24 horas diarias o, por el contrario, era una mera excusa de gente a la que le era tan difícil salir de casa sin este huevo de plástico como a mí sin gallumbos.